lunes, 4 de octubre de 2010

JOSÉ TRISTÁN ROCAMORA, UN QUIJOTE ABANILLERO

J. Riquelme Salar, en su libro “Historia de Abanilla”, en la nota al pie nº 16, página 166, refiere que: “José Rocamora (errata: debe decir José Tristán Rocamora), terrateniente de Mafraque, fue alcalde ordinario a mediados del siglo XVIII y a pesar de no tener estudios oficiales, mantuvo con coraje y audacia sendos pleitos con la poderosa Orden de Calatrava. Viajó y litigio, con constancia y enardecimiento para conseguir sus propósitos y para ello no regateó esfuerzos ni dinero. También sufrió prisión en la cárcel de Murcia (…) tenemos que reconocer que José Tristán Rocamora fue un quijote, abnegado defensor de los intereses colectivos, en contra de los abusos y arbitrariedades de la dominante Orden de Calatrava”.
            José Tristán Rocamora, casado con Catalina Zárate, era hijo de Ginés y de Beatriz, bisnieto de José Tristán y Benita Torá (donantes del solar donde se construyó el templo parroquial de San José), sobrino del presbítero D. Francisco Ruiz Asturiano y primo de los también presbíteros D. Antonio Marco Rocamora y D. Francisco Ruiz Tristán, mencionados todos ellos en el libro “Abanilla. Historia de su Parroquia”. Ejerció los cargos de concejal, procurador síndico y alcalde del Concejo abanillero. También ostentó los nombramientos de notario apostólico y alguacil de la Santa Cruzada en esta villa. Como concejal y procurador síndico, llevó el contencioso que interpuso, en 1761, el administrador del infante D. Luis Antonio de Borbón, comendador de la villa, contra el Concejo, por cuestiones de diezmos y servicios. Tuvo que viajar repetidas veces a la Corte y, en septiembre de 1762, al archivo del Sacro Convento Calatravo, para el refrendo de los documentos históricos. En el recurso que el abogado defensor, licenciado D. Álvaro Martínez de Rozas, elevó al Consejo General de las Órdenes, en segunda instancia y en grado de súplica, a la resolución dada el 27 de abril de 1774, hizo constar lo siguiente: “y menos que a su amante y fidelísimo defensor José Tristán Rocamora, se le connota con los dicterios de fomentador de sus precisos recursos y sostenedor de su defensa, como de sus derechos y regalías, cuando por lo propio es digno de toda alabanza”.
            Unos legajos procedentes del arca que hubo en la ermita de Mafraque, que todavía se conservan, nos aclaran ciertas actuaciones del referido José Tristán Rocamora:
-         En 1777 obtuvo la autorización para construir el azud existente en el rio Chícamo, a la altura de Muzarra, que recogía las aguas de la rambla del Zurca y de Balonga y las conducía para regar la Cañada de los Pereteros, los Rulos, el Paúl y Mafraque; paraje donde tenía una extensa finca.
-         En un testimonio realizado en 1780, ante el escribano Antonio Guardiola de Aragón, sobre la propiedad de la finca de Mafraque, por agrupación de varias heredades y adquisiciones, se refleja que ostentaba el cargo de alguacil de la Santa Cruzada y la existencia en dicha finca de casa vivienda, era para las mieses, ejidos, horno de pan cocer, aljibe y una ermita.
-         Un Breve y el escrito del Obispado autorizando decir misa en dicha ermita, fechado el 24 de julio de 1776. El Breve es de papel duro, tipo pergamino, escrito en latín, con sello episcopal al agua y sobresello de la cruz de Calatrava recortado y pegado. Se halla depositado en el Archivo Parroquial. Por el testamento de Catalina Zárate, su viuda, realizado en 1798, existente en el A. H. P. MU, protocolo del escribano Antonio Guardiola de Aragón, sabemos que esta familia poseía “un rosario de Jerusalén y un lignum crucis de su propiedad”.
-         Varios recibos de pagos de misas encargadas en iglesias de Murcia y otras poblaciones limítrofes, en cumplimiento de últimas voluntades de albaceas.
-         Varios arqueos de contaduría y fondos de caudales del Ayuntamiento.
-         Un escrito de súplica, que tramitó en 1770, denunciando el abuso que el administrador y gobernador de la Encomienda, Don Jaime de Salazar, quería efectuar en la percepción de los diezmos de frutas, “queriendo subastarlos antes de su recolección, para que la persona en quién quedase pudiese cogerlos cómo y cuando le pareciera, a no ser que el dueño de la heredad quisiere entregarle el valor que importase su valuación y tasa”. Los autos de este proceso fueron diligenciados por el escribano Juan Antonio Martínez Ramírez. Con motivo de oponerse al administrador en esta cuestión, éste le envió preso a la cárcel de Murcia, alegando intromisión del Concejo en asuntos de la Encomienda. Le quitó el cargo de notario apostólico y el de procurador síndico. Tal fue el rigor de la prisión que cayó enfermo y fue liberado por motivo de salud.
-         En 1774, ante la negativa de la corporación municipal a seguir gastando dinero de los propios del Concejo, para la defensa del referido contencioso interpuesto, en 1761, por cuestiones de diezmos y servicios, José Tristán, Ginés Marco Vives y Don Juan Cabrera y Cereceda, suscribieron un protocolo ante el escribano Pedro Bueno Hidalgo, para hacerse cargo de los gastos del proceso. Se conserva un recibo de la entrega de mil reales de vellón al letrado defensor, por mediación de Don Ramón Cabrera, fechado en Madrid el 22 de diciembre de 1774.
-         De 1762, existe un auto por el cual el alcalde ordinario José Ruiz Rocamora, residente en el partido de la Peña Roja, denuncia la actitud libertina y abusiva del escribano Juan Avilés, nombrado para este oficio en Abanilla desde 1757, por el administrador y gobernador de la Encomienda, el licenciado Don Jaime de Salazar. Dice así: “desde el día en que éste (Juan Avilés)  entró en la población comenzó a descubrirse su genio altivo, dominante, mujeriego, libertino y licencioso, y particularmente una notable propensión al vicio abominable de la lujuria en que se ha cebado y en que ha proseguido con tanto exceso, libertad y desvergüenza que no ha habido mujer alguna de buen parecer, doncella, viuda o casada a quién no haya tanteado e inquietado, ya con ofertas, ya con amenazas y ya por otros ilícitos medios para que condescienda con sus lascivos intentos, llegando a tal extremo su descaro y escandaloso proceder que no se ha desdeñado manifestar públicamente, ante diversas personas, sus mismos pecados, nombrando los cómplices y sitios en que los ha cometido, haciendo alarde de su mala vida y de que vive sin temor a la Justicia, ni a superior alguno, añadiendo que lo más que se puede hacer con él es destinarle al presidio de Orán, lo que esto sería enviarlo a su casa, por cuanto ya estuvo en él y sabe lo que allí pasa y que es un paseo delicioso (…) Ciertas expresiones y otras muchas que de ordinario profiere el citado Juan Avilés, tienen su origen en su propia altanería, ningún temor a Dios ni respeto a la Justicia y también en el mucho valimiento y protección que encontró en el dicho Don Jaime de Salazar, quién supo tergiversar la horrenda culpa del adulterio continuado que aquel cometió pública y escandalosamente, con quien es bien sabido en esta villa, introdujo en su misma casa y cama a una mujer, estando la suya propia ausente y con la que cohabitó algunos días y noches, haciendo que su misma criada doncella les llevase el chocolate. Y habiendo procesado el citado Salazar por ante el infrascrito escribano, quitó a éste los autos y le hizo formar otros en que supuso para su prosecución cierto disgusto entre el nominado Avilés y D. Antonio Marco Rocamora, clérigo de menores, todo a fin de deslumbrar y oscurecer tan grande delito y liberarle de    resultas fatales (…) y que así de los propuestos casos y hechos, como de otros y del desastrado y licencioso modo de vivir que ha tenido y tiene el citado Avilés, prevalido del expresado administrador, a resueltas de su propia casa y familia en continuado disgusto, ruidos, pendencias, golpes a su propia mujer, arrastrándola por los cabellos repetidísimas veces y en algunos malamente, por lo que se ha visto precisada a salir de ella y retirándose a la del párroco y a otras, habiendo pedido Justicia contra el dicho su marido, ante Juan Zárate, alcalde, y otros quienes aunque entendidos de cuanto ocurría y de las justas causas que inducían a la susodicha, no resolvieron el correspondiente castigo, intimidados con las amenazas del mismo Avilés y el mucho valimiento de éste, de parte del administrador, el cual hasta que fue removido a otra encomienda tuvo subyugado, oprimido y amedrentado a todo el pueblo y sus vecinos, con su genio intrépido, soberbio y nada caritativo. Y todo y así los alcaldes temían llegar a denunciarle cualquier exceso de sus dependientes y más del citado escribano, porque sabían era muy a medida de su deseo y también porque la propia mujer de éste, públicamente dijo muchas veces que Salazar no se mordía con su marido, porque con éste tenía cuanto necesitaba para todos sus enredos y picardías y que si Avilés le faltaba de su lado no hallaría aquel quién le diese, como este, testimonios falsos para apoyar sus cuentas y enredos (…) y la mala opinión en que han constituido a dicho escribano, Avilés, sus mismas operaciones, ha llegado a tal estado que si de hecho o por casualidad, entra en cualquier casa, ya se mira ésta y la familia que la habita con desprecio de las gentes y como que le ha caído algún feo borrón. Y por lo mismo las personas de honor que habitan en esta villa no le permiten entrada en las suyas (…). A este auto se le adjuntaron testimonios y diligencias. José Tristán Rocamora hizo constar que: “Estando en la ciudad de Murcia, preso en ella y sus arrabales, de orden del Sr. Gobernador Provisor y Vicario General de este obispado de Cartagena, por el lance acaecido en la iglesia parroquial de la villa de Abanilla, en la mañana del Domingo de Ramos de este presente año, por haber roto una palma labrada y destinada para el administrador de la Encomienda de dicha villa, con desdoro y menosprecio del Ayuntamiento de ella, a cuyas expensas se reparten en dicho día. Recibo la Real Provisión de Su Majestad y Señores de la Real Chancillería de Granada, acompañada de una carta del Sr. Don Pedro Dávila, su fiscal, cuyo real escrito sacó del correo ordinario de esta ciudad, Benito Sánchez Cutillas, vecino de dicha villa, por cuya mano fue a la del Sr. Salvador Pérez, alcalde ordinario y mi compañero en dicha villa y de Lorenzo Guardiola, escribano del Ayuntamiento de ella, quién visto su contexto me la remitió hoy día 22 de abril (1764), notificándome lo ocurrido en la noche anterior, que fue cuando la recibieron. Cuya Real Orden estoy pronto a obedecer, luego inmediatamente que me restituya a esta villa, según y como en ella se previene. Y para que así conste todo lo ocurrido y obre los efectos que haya lugar lo anoto, testifico y firmo en Murcia a los ocho días mes y año. Firmado: José Tristán Rocamora. Justifico igualmente haberme mantenido preso en esta ciudad y sus arrabales, desde el día 16 de abril hasta hoy 19 de octubre de este año de 1764, que se me concedió libertad por el Ilmo. Sr. Nuncio de estos reinos de España. Y para que así conste lo pongo por diligencia y firmo en dicha ciudad. El obispo de Cuenca intercedió para su excarcelación. Probablemente medió en ello Don Juan Cabrera Cereceda, residente es esa ciudad, terrateniente con propiedades en Abanilla (entre ellas la finca de la Casa Cabrera), a cuyo cargo estaba su hijo Don Ramón Cabrera La Encina, residente es esta villa. Los autos contra el escribano Juan Avilés, por deliberación del administrador y gobernador de la Encomienda (que implícitamente conllevaba el cargo de justicia mayor de la villa), no fueron cursados a la Real Chancillería, por lo que el fiscal de la sala de lo criminal de ésta, al tener conocimiento del caso, requirió a José Tristán, en carta con sello secreto, la cual le fue entregada en la cárcel de Murcia (como en su declaración hizo constar), para que efectuara las averiguaciones pertinentes y se las remitiera. Para completar el sumario tuvo que desplazarse al Grao de Valencia, en busca del escribano Jerónimo Antonio Medina, sucesor de Juan Avilés, al que se le suponía que los tenía. También le requirieron para que efectuase las averiguaciones pertinentes, respecto al testimonio dado por el escribano Lorenzo Guardiola de Aragón, referente a la inserción de un papel infamatorio que se encontró fijado en uno de los costados de la plaza pública de Abanilla, que había sido encontrado por el cura párroco. El escribano Jerónimo Antonio Medina manifestó lo siguiente: que el auto de la cómplice del adulterio cometido por Juan Avilés, mujer casada, por la reverencia al matrimonio no llegaron a tener cumplida formalización, por cuanto que el dicho gobernador, al auto de oficio de la notificación que se le dio de que abusando el referido Avilés del mismo delito y asistiéndoles al desayuno en el lecho existente en la casa de su morada, una criada suya, se hizo anotación en borrador de lo que en el asunto supieron y declararon algunos testigos, entre ellos el alguacil mayor de la Encomienda y dichas notas y auto, dicho gobernador los reservó en su poder, con el pretexto de su progresión, que ya no tuvo, aunque manifestó se le castigaría su delito al insinuado Avilés, por otro que a la sazón había incurrido, de poner manos como violentas a un clérigo de menores que en dicha villa residía, llamado D. Antonio Marco. Y los autos de este procedimiento pasaron ante mí.

      J. Crespo García, en su “Miscelánea de Abanilla”, reseña lo siguiente: “En el siglo XVIII, los comendadores de Abanilla emprendieron una serie de demandas contra la villa, haciendo que ésta, por defenderse ante los tribunales, se gastara grandes cantidades que necesitaba para sus necesidades, pero al fin triunfaron, después de un ajetreo que pone de manifiesto la mala fe de los administradores de la Encomienda”. El contencioso de 1761, concluyó a principio del siglo XIX.
     
      En vista de los desmanes ocurridos en esta villa, protagonizados por el escribano Juan Avilés, con el valimiento y la permisividad del gobernador Don Jaime de Salazar, cabe recordar lo sucedido en Fuente ovejuna, en la persona de su comendador, Fernán Gómez de Guzmán, de la Orden de Calatrava, inmortalizado por la pluma de Lope de Vega, porque como dice un consabido proverbio: “Sólo la realidad supera a la ficción”. Queda patente a través de la Historia, que los críticos que intentan defenderse de los abusos y arbitrariedades de los poderosos, denunciando sus atropellos, cuan quijotes de su época, son extorsionados por éstos soterradamente. Hay que tener una entereza y un tesón fuera de lo común para no sucumbir en el intento, a sabiendas de que solamente el tiempo es capaz de discernir la historia y dejar a cada cual en el lugar que le corresponde del escalafón de valores éticos, morales o sociopolíticos.

E. Marco, con la colaboración de Antonio Gambín Pertusa y José Tenza Lajara (Pepe el del ciego de Dionisia)
Se ha publicado íntegro como anexo al wwwelpregonsatirico.es.vg edición 2004 y en la revista cultural Musá Ben Nusayr de 2004.

Nota posterior: En el programa de fiestas de 2010, se ha publicado lo siguiente:
VIOLENCIA DE GÉNERO EN LA VILLA DE ABANILLA, DEL REINO DE MURCIA, EN EL SIGLO XVIII
            En lo referente a José Tristán, considero conveniente referir los dos primeros párrafos:
            En el número 6 de la revista LA ALBERCA, que edita la Asociación de los Amigos del Museo Arqueológico de Lorca, Joaquín Gris Martínez hace una exposición y análisis del tema en cuestión, a raíz de la Real Orden del 09-10-1764, en la que se ordenaba el alistamiento forzoso en el Ejército Nacional de gentes ociosas, viciosas y mal entretenidas, además de borrachos de costumbre y ladrones consumados, con edades comprendidas ente los 16 y los 40 años, solteros o casados. Otros RR. DD. Posteriores establecieron el recogimiento de estos individuos, por ser perjudiciales a la sociedad. Todo esto dio origen a que los concejos emitieran informes al respecto de este tipo de gentes que pululaban en su jurisdicción. En lo correspondiente a la leva de 1764, el Ayuntamiento de Murcia elaboró un dossier de 493 informes, de los que 219 correspondían a individuos de su término municipal y 274 a los pueblos pertenecientes al Reino de Murcia. De estos informes 13 eran del concejo abanillero, de los cuales nos vamos a ocupar de reseñar, abreviadamente, en este escrito, por considerarlos parte de nuestra historia local.
            Entre los más significativos hay dos que corresponden a sujetos que superan los 40 años, casados y asalariados ambos de la Encomienda, de la que era comendador el infante don Luis Antonio de Borbón, hermano de Carlos III y hermanastro de Fernando VI. Se trata de Juan Avilés y Osorio, escribano de la misma, de cuyas andanzas y fechorías ya dio cumplida relación E. Marco, en la revista cultural Musá Ben Nusayr de 2004, en el escrito que lleva por título “José Tristán Rocamora, un Quijote Abanillero”. El otro era Benito Sánchez Cutillas, recolector de diezmos. En el informe sobre ambos, firmado por el alcalde José Tristán Rocamora, se denota una especial aversión hacia dichos sujetos, a los que define como lobos carroñeros, acusándoles de ejercer violencia machista desde la posición de dominio que le otorgan sus empleos, intentando agravar a los vecinos con injustas exacciones y manipulaciones, con sesgados y torcidos informes, pretendiendo la persecución de cuantos conceptúan como enemigos de la Encomienda, incluyendo al alcalde, concejales y escribano del ayuntamiento; todo un ejemplo del caciquismo secular de la época. Y aunque dichos personajes sobrepasaban la edad de los 40 años fijada para la recluta, el alcalde consideró conveniente incluirlos, junto con los otros 11 restantes, por calificarlos de ociosos, viciosos y mal entretenidos. El alcalde apostilló lo siguiente en su informe: “porque en caso contrario, si fueran excluidos, pienso que, además de representar una gran injusticia, se diría  con razón que los pájaros gordos se reservan y los pequeños se pelan”.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Los Héroes de Melilla

Durante la legislatura municipal de 1983 a 1987, se cambiaron los nombres de varias calles del Pueblo. El motivo aducido era eliminar los nombres con reminiscencias de la Dictadura franquista, así desaparecieron nombres como Avenida José Antonio, Plaza del Generalísimo, etc…., aunque de manera inexplicable se conservó la C) Federico Servet que se puso en homenaje al conocido activista falangista de los años de la República.
Sin embargo se suprimieron también algunas calles que hacían referencia a personajes del pueblo que nada tenían que ver con la guerra civil o el franquismo, en concreto la C) General Chacel y sobre todo la C) de los Héroes de Melilla.

De la C) Héroes de Melilla (que era la que va de la Encomienda a la Avda Salzillo) solo se conserva la placa en la fachada lateral de la casa de Anin:


La C) Héroes de Melilla, llamada actualmente C) Ramón y Cajal, muy probablemente existía en Abanilla como homenaje a nuestros paisanos que participaron en la llamada “Guerra de África o de Melilla, más conocida como la Campaña del 9 (1909)”, en concreto en los sucesos ocurridos en el mes de julio de 1909 en Beni Musa, donde murieron varios soldados españoles y entre ellos, al menos, 3 abanilleros. Sería conveniente que se investigara en el Archivo Municipal si esa calle se debía a esos abanilleros o a otros que participaron en la posterior Guerra del Rif de los años 20, aunque todo hace pensar, por lo que diré después, que se trató de conmemorar la participación en los sucesos de Beni Musa.
Siempre consideré una injusticia y un error que se eliminara esa calle, pues mi familia me había informado de que esa calle existía con ese nombre al menos durante la República, y durante estos años he tratado de aprender más sobre esos héroes.
Hace unos meses pedí a la Presidencia de la Ciudad Autónoma de Melilla información sobre el concepto de “Héroes de Melilla”, pensando que ese nombre se había puesto a varias calles de diversos pueblos de España, mi sorpresa fue de que no era así, de que probablemente Abanilla era uno de los escasos pueblos de España en tener una calle con esa denominación. Acto seguido, Don Vicente Moga Romero, Director del Museo Central de esa ciudad, me envió un escrito con información sobre los abanilleros muertos en aquellas guerras y que solo hace referencia a los fallecidos en aquellos sucesos desgraciados de 1909. A continuación transcribo el texto que se me envió:

Militares naturales de Abanilla (Murcia), fallecidos en la Campaña de 1909

• José Bañús Riquelque
Cabo de Infantería del Regimiento de Infantería Melilla nº 59
Soltero, 22 años, jornalero.
Hijo de José Bañús Cutillas y Encarnación Marcos Quilez.
Fecha de defunción: 23 de julio de 1909(18:00), herida por arma de fuego en Sidi Musa.
Osario Panteón de Margallo.

• Guillermo Riquelme Tomás
Cabo de Infantería del Regimiento de Infantería Melilla nº 59
Soltero, 21 años, jornalero.
Hijo de Pedro Riquelme Sánchez y Mª Dolores Tomás Carrillo.
Fecha de defunción: 23 de julio de 1909, herida por arma de fuego en Sidi Musa.
Osario Panteón de Margallo.

• Mariano Vives Molina
Cabo de Infantería del Regimiento de Infantería Melilla nº 59
Soltero, 21 años, jornalero.
Hijo de José Vives Sánchez y Luisa Molina.
Fecha de defunción: 23 de julio de 1909, herida por arma de fuego en Sidi Musa.
Osario Panteón de Margallo.

Es posible que haya algún otro abanillero más que muriera en aquellos sucesos, pero, al menos, estos tres sí está documentado que participaron y murieron como héroes en aquella guerra. El Sr. Moga me dice también que sus restos siguen allí, probablemente porque, en la época, la repatriación de los cadáveres debía tener un costo inalcanzable para sus familias.
Durante el pasado año 2009 se conmemoró en Melilla el Centenario de aquella guerra con diversos actos agrupados bajo el nombre de “Centenario de la Campaña de Melilla 1909-2009” en los que se trata de recordar aquellos sucesos y a los españoles que dieron la vida. Por este motivo se han hecho gran cantidad de estudios sobre esos días. Es probable que en esos estudios aparezcan más datos sobre paisanos nuestros. Creo que habría que contactar con el Ayuntamiento de la Ciudad africana o con la Asociación de Estudios Melillenses (http://www.aemel.com) para averiguar lo que se pueda sobre los abanilleros que participaron en aquellos hechos militares.

Como es bien sabido, la participación militar española en las guerras coloniales se nutría de soldados de reemplazo. Ahora bien, existía la posibilidad de eludir el servicio militar pagando a alguien que fuera en el puesto del conscripto. Este hecho hacía que muchos españoles humildes decidieran ir en puesto de otros reclutas más pudientes con el fin de cobrar un dinero que era muy necesario para sus familias. No sé si este era el caso de nuestros paisanos, pero el hecho de que la profesión de estos tres jóvenes fuera la de jornalero invita a creer que existiera esa posibilidad.
Nuestros jóvenes no solo murieron en una guerra injusta, como todas las guerras coloniales, sino que se comportaron como héroes, tal y como se describe en las crónicas periodísticas sobre aquellos hechos.
Es triste de que después de sufrir las penalidades de una guerra, lejos de su tierra, probablemente arrastrados por la miseria, sufrieran 70 años después la injusticia de que su pueblo les arrebatara el recuerdo.
Por este motivo creo que nuestro Ayuntamiento debe restituir el nombre de la calle que durante 70 años recordó a estos héroes, es de justicia. Y también creo que nuestro Ayuntamiento, en desagravio, debería tratar de localizar a sus familiares y junto con ellos tratar de repatriar sus restos y enterrarlos en un lugar digno en nuestro Cementerio, como recuerdo y ejemplo para nuestros jóvenes.

José María López Lozano
Abanilla, a 24 de junio de 2010

SOBRE MARÍA ALVARADO



            El año 2008, en la página 93 del programa de fiestas, se publicó una reproducción de la hoja 3 de la revista católica “El Faro de la Juventud”, de fecha 13-11-1921, que hacía referencia a una crónica sobre María Alvarado, cuyas vicisitudes documentadas se publicaron en el programa de fiestas de mayo 2005, por José Tenza Lajara (Pepe el del ciego de Dionisia). Dado lo diminuto de su tipografía y ante la dificultad de su lectura, a petición del público, consideramos procedente su traslación. Dice así: Abanilla. Doña María de Alvarado. Una de las glorias del pueblo de Abanilla es sin duda alguna, el haber sido la tierra en que se meció la cuna de María de Alvarado. La tradición nos la presenta como casada, de oficio costurera, muy cristiana, y con un marido bastante alejado de las ideas de Cristo. Cuenta la tradición que por la noche iba María de Alvarado a la iglesia, y que al llegar a ésta sus puertas se abrían y podía entrar, estando rezando hasta que amanecía y empezaban a asomar los claros del nuevo día. Su marido algunas veces la seguí, pero al ver lo que sucedía huía espantado y no la recriminaba. Poco después murió y fue enterrada en el cementerio viejo, pero este al fin se lleno, se hizo otro nuevo, empezando los traslados. Cuentan en esto las gentes del pueblo que apareció en él un desconocido, el cual paseando un día por el cementerio viejo, le dijo al sepulturero que estaba desenterrando unos cadáveres: “Ande usted con cuidado que ahí hay enterrada una santa”. El sepulturero dio un fuerte golpe con el azadón y tropezó con un cuerpo duro el cual, al sacarlo, resultó ser el cuerpo intacto de la venerable María de Alvarado, conservado y acartonado, solamente le faltaba la punta de la nariz que se la había arrancado el sepulturero al dar el fuerte golpe de azadón. La venerable María de Alvarado ha hecho muchos milagros y en ella tiene mucha fe el pueblo de Abanilla. Se halla colocada en una urna de cristal donde es visitada en ocasiones por el pueblo de Abanilla. J. M. Conesa. También se recoge en el programa de fiestas de 1983, algunas vicisitudes sobre la vida de María Alvarado, recopiladas por don José Moreno Gil, que fue maestro de escuela en Abanilla, desde 1942 a 1960. En la página 57 del libro “Abanilla. Historia de su Parroquia”, se hace referencia a esta mujer, que el pueblo llano y sencillo la adjetivó de beata, e incluso de santa, en base a la leyenda. Hay quienes dicen haber oído de sus antepasados que se solicitó incoar expediente de beatificación y así lo refiere R. Guirao García en una especie de folleto turístico editado en 1917. Respecto a esto hay que recordar que en la revisión de la momia efectuada el 06-08-1886, el notario hizo constar la existencia de una cajita pequeña de madera de pino que contenía, entre otros documentos relacionados, “un cuaderno o expediente de nueve folios útiles”. Este expediente bien pudiera haber sido el de beatificación. Todo esto fue destruido en 1936, y al no saberse la fecha del proceso resulta muy difícil su busca en los archivos, caso de que se conserve. Lo anterior constituye uno más de los típicos relatos que andan envueltos en la leyenda, que por su lejanía en el tiempo es muy difícil discernir la realidad de la fantasía popular. Lo que sí ha queda fuera de toda duda es que su cadáver estaba momificado e incorrupto, como otros muchos que se han encontrado en todo el mundo y que en nuestra cultura cristiana es atributo de la santidad; o al menos lo era en aquellos tiempos de menores conocimientos científicos.
E. Marco, con la colaboración de Ginés Rocamora Vives y José Tenza Lajara